miércoles, 16 de abril de 2008

Hello, blog + continho

Ando sumida, mas lhes conto que o abacaxi andou difícil de descascar para mim nas últimas semanas desta fria Bogotá (este mês bateu recorde, gente). Mais detalhes da hartera (perrengue), como dizem por aqui, eu deixarei escapar depois. Agora quero compartir com os amigos já putos pelo meu sumiço do blog um cuentico que escrevi esses dias. Pra quem quiser, pode descascar também (afinal, confesso que ando craque em bucha).

ESCUELA

Eran muchachos entre los 12 y 13 años. En esta edad, todo es una cuestión de disimular las infantilidades que todavía quedan y de conquistar la vida adulta, ejercitando al máximo la curiosidad y, claro, liberando las hormonas cultivadas por más de una década. Por eso, en la escuela, lo que hacían era probar aquí y allá, jamás quedándose demasiado tiempo con la misma pareja. Estaban influidos por series televisivas que veían por cable, Fox, Warner y AXN, es cierto, en las que el amor y los celos son moneda corriente y nunca se quedan demasiado tiempo en los mismos bolsillos.

Uno de estos días, Helena le dijo a Eloisa que quería a Enrique. Las dos siempre fueron buenas amigas, desde el segundo grado, cuando, en los intervalos de Disney Channel y Discovery Kids, jugaban en el patio con sus muñecas Barbies, que las representaban a ellas mismas, y a las cuales les agregaron maridos, de manera algo precipitada, a la edad de 18 años, poniéndoles también hijos (tres cada una) enseguida de la boda. Ahora, en el sexto y con hartos capítulos de “Beverly Hills 90210” y “Mel Rose Place” en la espalda, reconsideraron los planes. Mejor sería casarse más tarde, a los 30 o más, tal vez con unos extranjeros de ojos azules que estén de viaje por el Caribe colombiano. Muchos europeos pasan vacaciones en las islas de San Andrés y Providencia, por eso es tan caro para uno viajar para allá en enero, decía siempre la madre de Helena los lunes, cuando veía los programas de viaje de People&Arts.

Inspirada por varios episodios de “Mujeres desesperadas”, Helena se preparó para la fiesta de cumpleaños de Enrique como si esa fuera su propia boda (de estas provisionales, pero no menos importante). Cepillado, blusa nueva y apretada, pantalón descaderado, perfume caro que el tío viajero trajo de los Estados Unidos, o del Duty Free, poco importa, y échese maquillaje que le transformaba la cara, dulce en días normales de clases. Eloisa no quedó atrás. Cepillado, vestido nuevo y corto, botas como las que vio hace poco en la protagonista de la telenovela de las 9, perfume barato robado de la hermana mayor y échese maquillaje que le transformaba la cara, suave de lunes a viernes.

Iban juntas a la fiesta, que por fin es horrible llegar sola, pero los cepillados de una y de otra complicaran el encuentro. Como Jennifer Aniston en “Mi novia Polly”, Helena tiene el pelo liso y rubio y largo, cosa que Enrique jamás podrá resistir, y eso lleva mínimo 20 minutos más para estirar y planchar. Coqueta y confiada, llegó al evento caminando con dificultades sobre tacones que no se ven a la edad de 12 años. Superó desniveles de la calle del barrio pobre y huecos de alcantarillas destapadas, pero no pudo sino desmoronarse al ver Eloisa entrenando su primer beso en Enrique, sin que la escena se pareciera en nada a la de “Sex and the City”, tantas y repetidas veces estudiada por las dos.

Si no fuera por Horacio, el inteligente de los lentes gruesos, hubiera caído, llamando la atención general para su tragedia al estilo de “Ugly Betty”. Pensó en cambiar radicalmente la situación, pasando de patito feo a la protagonista que le mete la mano en la cara a la antagonista-ladrona-de-futuros-novios. Estaba a punto de enganchar este final, pero el hecho es que un sueño con tantos puntos de giro no es fácil conciliar.

Dio más vueltas de lo normal en la cama y terminó despertándose con los pasos de la madre, que acababa de cruzar el pasillo al lado de su habitación. Abrió los ojos de un golpe, miró a su alrededor y abrazó el osito de peluche que le había regalado Horacio con una hermosa invitación para la fiesta del próximo sábado. Sin pensar dos veces, agarró el control remoto y, decidida, apagó el televisor que había estado hablando solo durante las dos últimas horas.

Para ver televisión hay hora, le diría la mamá.